Año 1990. Claudio Chiapucci, un ciclista italiano de 27 años prácticamente desconocido en aquel momento, decide saltar del pelotón del Tour de Francia camino de Futuroscope para cambiar su propia historia y la del ciclismo. Junto a otros tres valientes, el francés Ronan Pensec, el canadiense Steve Bauer y el holandés Frans Maassens, recorren escapados 138 kilómetros por delante del pelotón y llegan a la meta con más de 10 minutos de ventaja. Bauer se viste de amarillo y el guion del Tour cambia la batalla nunca librada de los favoritos, Breukink, Perico o Lemond, por un relato neorrealista en el que los peces grandes debían, de repente, recortar tiempo a los chicos, si es que podían.
Pero no, este no es un artículo sobre ciclismo. Tanto si te gusta este deporte como si no te gusta, este artículo habla de ti, de tu zona de confort personal y profesional, de la búsqueda de territorios inexplorados o, simplemente, de saber quién eres y hasta dónde puedes llegar.
Porque Chiapucci, hasta el día que protagonizó aquella escapada histórica, solo era consciente de su potencial en el más recóndito espacio de su subconsciente, ya que venía de haber quedado en el anterior Tour en el puesto 81º. Por eso en aquella arrancada hacia ninguna parte nadie pensó que alguno de esos cuatro corredores fuera a suponer ningún problema para los favoritos.
El ciclismo como universo paralelo
El ciclismo es como un universo paralelo en el que se puede disponer de una vida plena, tanto a nivel físico como emocional. Un deporte de fondo que exige horas de convivencia con el entrenamiento y en el que se evalúan cada día, como en la vida real, nuestros límites, el afrontamiento de las dificultades, el valor de la experiencia o la disposición al trabajo. En otras palabras, la soledad del corredor de fondo.
Aquel día de julio Chiappucci se levantó dispuesto a dar una lección vital a los seguidores del Tour, pero también a todos aquellos que se conforman con ir en el pelotón de la vida, reprimiendo sueños y dirigiendo sus objetivos al simple cumplimiento de las obligaciones mundanas. Hasta ese día Claudio también se autolimitaba, y así lo había hecho desde que tuvo la oportunidad de ser ciclista profesional a los 22 años.
Límites y potencial unidos de la mano
Pero ese año, 1990, empezó a atisbar su potencial cuando estuvo a punto de meterse en el top ten del Giro de Italia. Un puesto 12º conseguido a base de fuerza y pundonor que encendió una pequeña mecha. Eso sí, difuminada también por ciertas limitaciones, como el rendimiento en las contrarrelojes. Potenciales y límites entablaron una incipiente lucha que se quedó en standby hasta el Tour.
Como en la vida, hay personas que nacen para ser número uno en una determinada faceta, ya sea el ciclismo o cualquier actividad social o laboral. Condiciones genéticas de serie que, alimentadas por el trabajo adecuado, hacen que una persona pueda llegar a lo más alto casi por simple inercia.
La clase media del ciclismo
Pero son casos muy excepcionales. Eddy Merckx, por continuar con el símil ciclista, solo ha habido uno en la historia. La mayoría de los humanos somos “clase media” en el sentido amplio de la expresión. Clase media constituida a base de virtudes y defectos con los que hemos de hacer malabarismos para escoger el camino correcto en todos los cruces y bifurcaciones que nos abre la vida.
Aquella escapada fue, quizás, una de las más creativas del ciclismo, una escapada que fructificó por la fuerza de un momento pero, sobre todo, por la inteligencia promovida por el pensamiento lateral, ese que nos dicta formas alternativas de llegar a un punto. Chiapucci sabía que esa potencia ya le había hecho acreedor a un puesto 12º, pero también sabía que era insuficiente para librar con éxito un duelo directo con Lemond, Breukink o Perico. En ese hipotético enfrentamiento directo solo podía soñar con recoger las sobras de los grandes. ¿Un sexto puesto, quizás? Sí, decoroso para el palmarés y para seguir ganándose el sueldo, pero la pregunta era, ¿es lo máximo que puedo conseguir?
por qué seguimos hablando de chiappucci
Y la respuesta era claramente NO. Una estrategia bien elaborada junto con las condiciones adecuadas suponen el primer paso hacia el cambio de escenario. Porque nadie hablaría de Chiapucci tres décadas después si simplemente hubiera quedado sexto. Por reflejar en nombres lo que estoy diciendo, algún sexto de aquella época fue el de Roberto Conti, gran corredor italiano que solo estará en el recuerdo de algunos nostálgicos o amantes enfervorecidos del ciclismo. Más allá de este público entregado, ¿quién fue Roberto Conti? ¿Nadie? Es más, ha habido algún podio del Tour de Francia, como el colombiano Álvaro Mejía cuyo mérito fue mantenerse a rueda de los gallos (término con copyright Javier Ares, que conste que no me lo apropio) durante 21 etapas sin salirse de su zona de confort ni un instante. Y no, tampoco se habla mucho de él tres décadas después. Los losers también pueden subir al podio. Aquí tampoco nos podemos olvidar de Zenon Jaskula, un polaco sufridor que aún se pregunta cómo consiguió lo que consiguió.
Pero Chiapucci es otra cosa, es una marca, un símbolo, porque dejó su impronta, de eso no cabe duda. Fue uno de los grandes rivales de Indurain, levantaba del asiento a los tifosi e hizo que las victorias de Miguelón fueran más grandes y más épicas.
Chiappucci en aquella etapa no dejó de dar un solo relevo y luchó sin miedo a reventar, sin miedo a ser engullido por el pelotón o quedar en la ruina física para las etapas venideras. Simplemente lo dio todo, convencido de que era para algo. Y tanto que lo fue, nada menos que 10 minutos en la línea de meta. Eso sí, con todo un Tour por delante.
La historia hizo que Bauer, el mejor clasificado de los cuatro, se pusiera de líder, un líder que aguantó 9 días el maillot amarillo para cederlo finalmente a otro de los integrantes de la escapada, Ronan Pensec, que solo pudo mantenerlo dos días para que pasara a espaldas de Claudio Chiapucci. Ese día en el que Claudio se enfundó el maillot ni siquiera se lo quitó para dormir. Con su maillot pijama ese principito soñó durante toda la noche con sueños planetarios de fugaces ruedas delanteras.
Pasaban las etapas y Claudio se mantenía en lo más alto, con los líderes ya en dificultades haciendo cálculos de cómo arrebatarle el maillot a este convidado de piedra. Claudio, soñador perpetuo, aguantó toda la montaña y llegó situado en primera posición nada menos que a la penúltima etapa, una CRI de 45 kilómetros en la que tenía todo en contra, sus propias condiciones de escalador y las de contrarrelojista del que ya era su único rival, el estadounidense Greg Lemond.
incertidumbre como elemento necesario para el crecimiento
Cuando te adentras en terrenos inexplorados, como le ocurrió a Claudio Chiappucci en esa contrarreloj, es cuando adviertes las limitaciones propias con toda su crueldad. Experiencias que jamás podríamos haber conocido si no nos hubiéramos expuesto a ellas y que generan desasosiego e incertidumbre. Ambas entendidas como emociones necesarias para crecer.
Chiappucci, como no podía ser de otra manera, perdió varios minutos y cayó ¿derrotado? Sí, derrotado en cuanto a sus posibilidades de ganar el Tour, pero ese día nació como profesional, descubrió sus nuevos límites y terminó subiendo al podio como segundo clasificado por delante de favoritos como Breukink (3º) o Perico Delgado (4º).
En los siguientes años los nuevos límites que se puso Chiappucci le hicieron subir al podio del Giro y del Tour en varias ocasiones sin necesidad de escapada bidón. El corredor transalpino simplemente había descubierto quién era y su crecimiento profesional resultó definitivo. Tras ese segundo puesto en el Tour, supuestamente conseguido gracias al ‘regalo’ de los 10 minutos, llegaron dos nuevos podios del Tour (3º en 2001 y 2º en 2002), acompañados de otros tres en el Giro (2º en 1991 y 1992 y 3º en 1993).
Seis podios en grandes vueltas en tres años que, de no haberse producido esa primera escapada, posiblemente jamás hubieran llegado.
Muchos años después, y en esta ocasión sin pelotón de fusilamiento, Claudio Chiappucci declaró que “mi duelo con Miguel Indurain sigue, lo llevo en el corazón”, convertido el italiano en una de las figuras que hicieron grandes las victorias del navarro, junto con otros corredores como Rominger, Bugno o Ugrumov. Ninguno de ellos llegó a ganar un solo Tour, pero todos ellos, junto a Chiappucci, dejaron su huella en la historia del ciclismo y mostraron diferentes caminos para ser grandes sin esa gran victoria.
Pero Chiappucci, además, se convirtió en un símbolo, en el de la lucha, la entrega o el combate sin miedo al fracaso. Y cuando la barrera del miedo desaparece es cuando aparece el factor desequilibrante que conduce al éxito, a muchos tipos de éxito.
¿Y si aquél día de julio de 1990 los equipos de los líderes se hubieran puesto a tirar sin complejos y hubieran acabado con la escapada? ¿No hubo un componente adicional de suerte? Sí, efectivamente ese matiz de suerte también fue necesario. Pero la suerte nunca hubiera llegado por si sola si Chappucci no se la hubiera jugado.
Como en Match Point, la bola golpeó la red, subió y terminó pasando al otro lado. Pero para ello alguien la tuvo que golpear con la fuerza y la intención necesarias.
Y este no es un artículo de ciclismo.