El Anillo Verde Ciclista supone para los ciclistas madrileños un oasis en el desierto de una ciudad ingrata para el ciclista. Oasis porque para los que vivimos en Madrid es una forma fácil de acceder a un carril en el que poder disfrutar del ciclismo sin coches. ¿Pero qué sería un oasis sin agua? Pues eso es exactamente lo que le pasa al anillo verde madrileño, que se ha quedado prácticamente seco de agua por el vandalismo y los robos que se producen continuamente en las fuentes de los puntos de descanso del Anillo.
Cuando se inaugura una carretera o cualquier otra gran infraestructura es necesario después hacerle el mantenimiento adecuado para que esa inversión no se acabe tirando a la basura. El Anillo es uno de esos ejemplos en los que se ha hecho un esfuerzo inversor importante para que los ciclistas por fin pudiéramos disponer de una infraestructura adecuada pero parece que nadie se dedica al cuidarlo y mantenerlo como sería necesario.
El anillo es una infraestructura que nació con taras importantes, entre ellos la difusa separación entre peatones y ciclistas en muchos tramos, la deficiente señalización del recorrido, el excesivo número de semáforos que atraviesa, su carácter eminentemente deportivo sin tramos que den acceso a la zona centro de la ciudad o su paso por Madrid Río donde son los peatones los que tienen preferencia. A todo esto hay que sumarle un deficiente mantenimiento que se refleja en tramos que permanecen meses sin limpiar con el peligro que ello conlleva, cemento roto en muchas partes del recorrido y ahora, cada vez más, fuentes rotas por vandalismo y robos que hacen una odisea poder rellenar de agua el bidón.
El Anillo se construyó con puntos de descanso que incluían fuentes. En invierno el problema es menos grave porque aguantamos más tiempo sin beber, pero en verano con el calor madrileño es desesperante pasar por puntos de descanso con fuentes que no funcionan. El bidón se va acabando y piensas, seguro que en el siguiente punto, aunque sea ya por estadística, la fuente funciona, pero vuelve a ocurrir lo mismo hasta que sorbes la última gota del bidón y te das cuenta de que en realidad estás atravesando un desierto madrileño sin oasis y que, en función de tu nivel de desesperación, queda el remedio de entrar a un bar y comprar agua. O ya, utilizando el sarcasmo, también puedes comprobar tus posibilidades de supervivencia en algún reto futuro, orinando y bebiendo de tu propia orina. Lo malo es que si alguien te pilla igual acabas pagando una multa que sería más cara, seguro, que lo que te cobren en una tienda por el agua.
Y debo decir que no solo es un problema de mantenimiento, porque he visto fuentes reparadas y puestas en funcionamiento que han vuelto a ser robadas o destrozadas en algún acto vandálico en menos de una semana. Es decir, el problema con las fuentes va más allá del mantenimiento y es, desde luego, un asunto policial de difícil solución, igual deberían poner cámaras para poder ver quién las roba o destroza impunemente. Porque, de seguir así, las fuentes seguirán brillando por su ausencia y tanto los ciclistas y peatones que utilizamos el Anillo Verde Ciclista seguiremos con la boca seca atravesando el Sahara madrileño y viendo fuentes en espejismos.
Si as autoridades no hacen nada por resolverlo, como me temo, en verano tendremos que cambiarle el nombre al Anillo Verde Ciclista por Desierto Amarillo Ciclista. Y diremos a nuestra familia al salir de casa, voy a dar una vuelta por el Desierto Amarillo, me llevo dos bidones y la Camelback hasta arriba. Vamos, como si te fueras al fin del mundo…
Señores vándalos, un poquito de por favor, que en verano hay sed.